Érase una vez una escritora que hace muchos años fue una niña curiosa que tras aprender a leer devoraba todo lo escrito a su paso y que también en su infinita inocencia, esa que vuelve amplia la imaginación, adoraba las historias. Ha llovido mucho desde que esos días nacieron con el sol y perecieron con la luz de la luna, tanto que puedo asegurar que entonces ella no sabia que la suma de esos amores se llamaba literatura, y sospechaba aun menos que al crecer se dedicaría a ella.
Diane Setterfield nació inglesa, pero cuando creció se interesó por la literatura francesa, la estudió, enseñó, adoró e hizo suya, incluso después de dejar de enseñar literatura francesa se dedico a enseñar francés, he dicho antes que se interesó, pero tal vez se tratara de un sentimiento más intenso.
He empezado a contarte su historia por el principio y he saltado al intermedio de manera impulsiva. Volvamos al principio. Lo que puedo contarte de la Diane que no es una escritora consagrada ni tampoco una joven profesora amante de la literatura francesa, es que fue una niña llena de curiosidad y de muchas preguntas. Cuando se es niño se viven las desgracias familiares de una manera distinta, los adultos confían fielmente en que la inocencia protege en su totalidad las emociones de las criaturas mientras que, en realidad, y hay que hacer énfasis en ello, esto no funciona así. Diane se encontraba en su tierna infancia cuando una sombra de preocupación se posó sobre su familia, su hermana pequeña de tan solo dos años fue diagnosticada con un problema cardiaco, a esa edad no hay manera de entender lo que se dice, pero la pequeña lo asimilo de la mejor manera que su mente pudo.
Pronto empezaría a leer y a perderse entre las palabras que a veces le contaban historias lejanas y otras no trascendían más allá de un suceso en alguna sección del periódico. Siento anunciarte, querido lector, que cuando me dedico a orientar y formar un alma literaria no me rijo por leyes morales ni religiosas ni me dejo someter por la censura, puede ser una técnica arriesgada y puede resultarte ilógica o encender tus alarmas, aunque si de verdad te he formado yo, seguro lo entiendes y hasta has recordado todo aquello que leíste porque llegó a tus manos, sin cuestionarte si era apto o no para ti, tal y como lo hacia Diane. Así fue como su mente consiguió respuestas a algunas preguntas que los adultos no tenían tiempo de responder y como llegaron ideas que su mente infantil agrandaba y pulía con esmero para luego dejarlas anidar en algún rincón remoto dentro de ella y que en el futuro brotarían para dar cuerpo y forma a las entrañables novelas que se dedicaría a escribir.
Como puedes apreciar, he vuelto al futuro, a la Diane que es novelista, y me quedaré para contarte como fue el inicio de esta nueva vida. Un día que no puedo centrar en la exactitud cronológica, por lo que confío en tu idea general sobre los días, Diane Setterfield, profesora consagrada y dedicada a su oficio, decidió escuchar los mensajes susurrados que llevaba años depositando en su oído: dejó su trabajo en la universidad y por fin, empezó a escribir una novela. Años de ideas que revoloteaban sin parar en su cabeza, de ideas longevas anidadas en partes recónditas de su cabeza y, de ensoñaciones y viajes guiados por la imaginación, se tradujeron poco a poco y día a día durante cinco años en montones de palabras escritas que formaron el borrador de lo que hoy conocemos como “El cuento número trece”.
Una obra extraordinaria, tan bien tejida y estructurada (como me gusta creer que formo a todas mis almas literarias, aunque el resultado sea distinto) que no puedo mas que convidarte a leerla. Diane, después de estar casada durante años con la literatura francesa de los siglos XIX y XX, retornó a las raíces literarias de su propio gentilicio dándole a esta primera novela un aire gótico que llegó a asociarse con el estilo usado por las conocidas Hermanas Brontë. Esta historia apadrinada por el arduo trabajo de Diane y la astucia de su agente literario logró ver la luz en el año 2006 y no solo eso, se convirtió en un libro de superventas, algo difícil para un nuevo escritor. Vuelvo a insistir en mi recomendación: es un libro que debes leer.
La nueva vida como escritora reconocida aturdió a Diane, lo que me resulta comprensible tras haberse dedicado los cinco años anteriores a la labor de escribir, la cual si bien no es tan serena como todos se imaginan, sus altibajos poco tienen que ver con la ruidosa vida publica de las giras promocionales, pero debo destacar que, para Diane una vez que digirió esta nueva realidad, resultó una parte gratificante de su trabajo que se dedica a disfrutar.
Lo que les he contado es sin duda un inicio maravilloso para alguien que, como la mayoría de los autores noveles que respaldo, empezó a escribir un borrador con la única ilusión de terminarlo, pues conocía las estadísticas poco alentadoras que suelen decorar el camino hasta la publicación editorial y, sin embargo, este borrador le abrió las puertas de un mundo maravilloso en el cual se quedó.
Diane Setterfield ha escrito dos novelas más, ambas con gestaciones largas al igual que la primera, en 2013 se publicó “El hombre que perseguía al tiempo” la cual supuso el reto de narrar y crear la vida de un personaje masculino destacando el funcionamiento de su mente y su toma de decisiones. En 2018 fue el turno de “Érase una vez la taberna Swan” donde se permitió explayarse contando historias que venían a su mente sin limitarlas, permitiéndoles tomar el espacio que ellas quisieran y viéndolas coincidir en una sola historia que fluía tal y como lo hace el río Támesis, personaje principal de esta novela. No es para nada difícil dejarse envolver por las historias de esta mujer, sé cuando alguien tiene un don para narrar y ella sin duda es una de esas personas, una de esas almas literarias que he seguido y formado con ahínco y que ahora te presento para que tú también puedas conocerla, porque después de todo disfruto juntar las almas literarias que creo, tanto a las que leen como a las que escriben.
Me despido hasta la siguiente presentación, deseo que leas mucho.